domingo, 27 de octubre de 2013

La historia de la bella Simonetta -Therese Rie



La historia de la bella Simonetta (fragmento)

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Simonetta permanecía de pie en una terraza de Fiesole y se asomó ligeramente a la calle para ver venir a Giuliano de Medici. Llevaba un vestido de espuma de color, brocado con mangas abiertas y lucía un gran collar de perlas engarzadas. El pelo rubio le caía en rizos regulares a ambos lados del sutil cuello, que reflejaba la dorada luz del abrasador mediodía. Un velo le cubría la cabeza. Estaba extremadamente delgada. Se había alimentado durante semanas casi exclusivamente de forma muy frugal en la Casa Vespucci. Sin embargo, el comerciante turco le había asegurado con una sonrisa amable en la boca que era realmente hermosa la amante de Giuliano de Medici, y que toda dama florentina la envidiaría.
El entusiasmo que sentía Simonetta ante los halagos del señor Vespucci era insignificante. Giuliano había regresado de Ferrara y tenía la intención de visitar a su apasionada amante, aunque deploraba un tanto la falta de estilo de la misma. No podía soportar nada grotesco o carente de belleza en su entorno. Trataba de hallar la delicada belleza en todo. No había suficiente carne, pasteles, fruta y vino en la casa. Ella nunca pensaba en algo así. Esperaba que Giuliano le diera poca importancia.
El señor Vespucci se mostraba renuente en cuanto al valor de las joyas ofrecidas a Simonetta, así como la evidencia de los sonetos propios o de Angelo Poliziano. El encanto del día y la noche se cernían sobre ella. El señor Vespucci no se dejaba dominar por los celos. Sabía que un beso era la más alta caricia concedida por la gracilidad de un alma femenina. Era realista. Y tenía sentido del honor.
El señor Vespucci recordaba haber visto en la ciudad de Venus, en Portovenere, a la edad de quince años, a Simonetta, en la casa de sus parientes nobles empobrecidos. Su encanto lo cautivó. Pero tal vez estaba equivocado. Simonetta era todavía una niña tímida y asustada que llevaba una vida triste en un decadente palacio y en el verano en una casa rural cerca de Fiesole. Así languidecía su tenue y bella juventud, hasta que un día Giuliano atrajo su atención en la cúpula de Santa María del Fiore.
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