lunes, 19 de mayo de 2014

¿Qué nos dejó la literatura del Romanticismo en España?


José de Espronceda
Aún leemos clásicos, sí. “El Quijote” sigue en alza con sus gigantes molinos de viento y las “Novelas Ejemplares” del gran Cervantes aún se recomiendan para lecturas en muchos de los institutos españoles para su asignatura de Lengua y Literatura. Pero, ¿qué quedó de la época del Romanticismo Español?
La obra de “Don Juan Tenorio” del gran José Zorrilla aún se escenifica en muchos teatros españoles y el sevillano Bécquer podría sentirse orgulloso porque su poesía aún no ha muerto gracias sobre todo al amor adolescente. Pero, ¿aún se siguen leyendo obras de José de Espronceda o el Duque de Rivas? ¿Aún quedan personas que en las ferias de libros se acercan a los puestos buscando algo de Rosalía de Castro o Mariano José de Larra?.

Quizás sea una pena que una época tan difícil y tan contradictoria haya quedado en el olvido en cuanto a la creación de obras se refiere. Fue difícil por su época, existían demasiadas tensiones políticas y bastante gente descontenta, que dio paso a cantidad de movilizaciones de protesta sobre todo entre la clase obrera. Y fue difícil hacerse un hueco entre tanto conservador neoclásico. Aún así, el Romanticismo salió adelante y son muchas las obras que podríamos disfrutar de aquella maravillosa etapa.

Se puede decir que José de Espronceda fue el romántico más señalado de aquella época. Dejó su postura más neoclasicista para escribir poemas de vertiente romántica. Sus poesías más señaladas son “Canción del pirata”, “El verdugo” o “Canto del cosaco”, pero de todas, su obra más característica y conocida es “El estudiante de Salamanca”, escrita en 1840. Es una composición que consta de 2000 versos de medidas diferentes que narran la muerte por amor de Elvira, al morir su amado Don Félix de Montemar.


Otro autor muy característico de esta época y ya citado en este artículo es el sevillano Gustavo Adolfo Bécquer. Su obra consta de rimas y leyendas de una muy clara vertiente romántica. Sus leyendas fueron 28 entre las que predomina la atracción por el misterio y lo desconocido. Sus rimas son un total de 79 poemas cortos que fueron compuestos a lo largo de toda su vida. En ellos habla del amor y desamor, la muerte, los temas religiosos y la brujería.
La gallega Rosalía de Castro también destacó en esta época. Su obra más señalada es la de “Cantares Gallegos”, en la que narra la añoranza por su tierra popular y diferentes temas populares.
Son muchos los libros que salen al mercado literario actualmente; es muy importante leer “El Quijote” o algún otro clásico de la literatura española, pero también son muy buenas las obras que nacieron en el Romanticismo Español y no debemos obviarlas.

El Romanticismo es un movimiento revolucionario en todos los ámbitos vitales que, en las artes, rompe con los esquemas establecidos en el Neoclasicismo, defendiendo la fantasía, la imaginación y las fuerzas irracionales del espíritu. El Neoclasicismo aún perdura en algunos autores, pero muchos, que se iniciaron en la postura neoclasicista, se convirtieron ávidamente al Romanticismo, como el Duque de Rivas o José de Espronceda. Otros, sin embargo, fueron desde sus inicios románticos convencidos.
El origen del término "romanticismo" dista mucho de ser claro, además, la evolución del movimiento cambia según el país. En el siglo XVII aparece ya en Inglaterra con el significado de "irreal". Samuel Pepys (1633-1703) lo emplea en el sentido de "emocionante" y "amoroso". James Boswell (1740-1795) lo utiliza para describir el aspecto de Córcega. Romantic aparece como adjetivo genérico para expresar lo "pasional" y "emotivo". En Alemania, sin embargo, fue empleado por Johann Gottfried Herder como sinónimo de "medieval". El término romanhaft (novelesco) fue reemplazado por romantisch, con connotaciones más emotivas y pasionales. En Francia, Jean-Jacques Rousseau lo utiliza en una descripción del Lago de Ginebra. En 1798, el Diccionario de la Academia Francesa recoge el sentido natural y el sentido literario de romantique. En España hay que esperar hasta 1805 para dar con la expresión romancista. Durante los años 1814 y 1818, tras sucesivas polémicas, se usan, aún con indecisión, los términos de romanesco, romancesco, románico y romántico.
Los precursores del Romanticismo, que se extendió por Europa y América, son Rousseau (* 1712-1778) y el dramaturgo alemán Goethe (* 1749-1832). Bajo el influjo de estas figuras los románticos se encaminan a crear obras menos perfectas y menos regulares, pero más profundas e íntimas. Buscan entre el misterio e imponen los derechos del sentimiento. Su lema es la libertad en todos los aspectos de la vida.
El Romanticismo en España fue tardío y breve, más intenso, pues la segunda mitad del siglo XIX lo acapara el Realismo, de características antagónicas a la literatura romántica.

En España, el romanticismo es considerado complejo y confuso, con grandes contradicciones que comprenden desde la rebeldía y las ideas revolucionarias hasta el retorno a la tradición católico-monárquica. Respecto a la libertad política, algunos la entendieron como una mera restauración de los valores ideológicos, patrióticos y religiosos que habían deseado suprimir los racionalistas del siglo XVIII. Exaltan, pues, el Cristianismo, el Trono y la Patria, como máximos valores. En esta vertiente de Romanticismo tradicional se incluyen Walter Scott, en Inglaterra, Chateaubriand en Francia, y el Duque de Rivas y José Zorrilla en España. Se basa en la ideología de la Restauración, que se origina tras la caída de Napoleón Bonaparte, y defiende los valores tradicionales representados por la Iglesia y el Estado. Por otro lado, otros románticos, como ciudadanos libres, combaten todo orden establecido, en religión, arte y política. Reclaman los derechos del individuo frente a la sociedad y a las leyes. Ellos representan el Romanticismo revolucionario o Romanticismo liberal y sus representantes más destacados son Lord Byron, en Inglaterra, Victor Hugo, en Francia y José de Espronceda, en España. Se apoya en tres pilares: la búsqueda y la justificación del conocimiento irracional que la razón negaba, la dialéctica hegelian y el historicismo.

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