lunes, 16 de marzo de 2015

"Abril encantado" de Elizabeth Von Arnim-

 
 
Elizabeth von Arnim
Abril encantado (fragmento)

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Contempló la figura que tenía delante. Sin duda una criatura bonita, y que habría tenido éxito en Farringford. Resultaba curiosa la facilidad con la que incluso los hombres más grandes se veían afectados por el aspecto. Había visto con sus propios ojos a Tennyson alejarse de todo el mundo, volverse, realmente, dando la espalda a una muchedumbre de personas eminentes reunidas para rendirle homenaje, y retirarse a la ventana con una joven que nadie conocía, que había sido llevada allí por casualidad y cuyo único y exclusivo mérito —si se podía considerar un mérito aquello que la casualidad otorga— era la hermosura. ¡La hermosura! Extinguida antes de que uno pudiera darse cuenta. Un asunto, casi se podía decir, de minutos. Bueno, mientras duraba parecía sin duda ser capaz de hacer lo que quería con los hombres. Ni siquiera los maridos eran inmunes. Había habido algunos episodios en la vida de Mr. Fisher...
—Imagino que el viaje le ha sentado mal —dijo con su voz grave—. Lo que usted necesita es una buena dosis de alguna medicina simple. Le preguntaré a Domenico si en el pueblo existe algo parecido al aceite de ricino.
Scrap abrió los ojos y miró a Mrs. Fisher de frente.
—Ah —dijo Mrs. Fisher—, sabía que no estaba dormida. Si lo hubiera estado habría dejado caer el cigarrillo al suelo.
Scrap tiró el cigarrillo por encima del antepecho.
—Eso es un despilfarro —dijo Mrs. Fisher—. No me gusta que las mujeres fumen, pero me gusta todavía menos el despilfarro.
“¿Qué se puede hacer con gente así?”, se preguntó Scrap, con los ojos fijos en Mrs. Fisher, en lo que en su opinión era una mirada indigna, pero a Mrs. Fisher le pareció de una docilidad realmente encantadora.
—Ahora seguirá mi consejo —dijo Mrs.
Fisher conmovida— y no descuidará lo que muy bien puede convertirse en una enfermedad. Estamos en Italia, ya sabe, y hay que ser cuidadosos. Para empezar, debería usted irse a la cama.
—Nunca me voy a la cama —le espetó Scrap; y sonó tan conmovedor, tan desesperado como esa frase declamada muchos años atrás por una actriz en el papel de Poor Jo en una versión de Casa desolada adaptada al teatro: “Siempre estoy circulando”, decía Poor Jo en esta obra, instada por un policía a hacerlo; y Mrs. Fisher, entonces una niña, había apoyado la cabeza en la barandilla de terciopelo rojo de la primera fila de principal y había llorado en voz alta.
Era maravillosa, la voz de Scrap. En los diez años transcurridos desde su presentación en sociedad, le había proporcionado todos los triunfos que la inteligencia y el ingenio pueden obtener, porque hacía que todo lo que decía pareciera memorable. Con semejante conformación de garganta, debería haber sido una cantante, pero Scrap era muda para cualquier tipo de música excepto para esta música de la voz hablada; y qué fascinación, qué hechizo había en ella. Era tal el encanto de su rostro y la belleza de su aspecto que no había un solo hombre en cuyos ojos no apareciera, al verla, una llama del más vivo interés; pero, cuando oía su voz, la llama en los ojos de ese hombre quedaba atrapada y fijada. Sucedía lo mismo con todos los hombres, cultos o ignorantes, viejos, jóvenes, atractivos ellos mismos o repelentes, hombres de su mundo y conductores de autobús, generales y soldados —la guerra había sido para ella un período de perplejidad—, obispos igual que sacristanes —su confirmación había estado rodeada de acontecimientos sorprendentes—, saludables y enfermizos, ricos e indigentes, brillantes o tontos; y daba lo mismo lo que fueran, o la madurez y estabilidad de su matrimonio; cuando la veían, aparecía esta llama en los ojos de cada uno de ellos, y cuando la oían permanecía allí.
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