viernes, 12 de julio de 2013

Thomas Hardy: Un grupo de nobles damas

Novelista y poeta inglés del movimiento naturalista, cuyos personajes, retratados con profundidad en su Dorset natal, luchan inútilmente contra sus pasiones y circunstancias externas. Nació en Higher Bockhampton (Dorsetshire), el 2 de junio de 1840, y estudió en centros de enseñanza locales y privados. Su padre, cantero, le colocó de aprendiz con un arquitecto local que se dedicaba a restaurar iglesias antiguas. De 1862 a 1867 trabajó para otro arquitecto londinense y más tarde, en Dorset, continuó en la construcción, a pesar de su mala salud. Mientras tanto escribió poesía con poco éxito. Después se dedicó a las novelas, y al descubrir que eran más fáciles de vender, a partir de 1874 pudo mantenerse escribiendo. Aquel mismo año se casó con su primera esposa, Emma Gifford, a quien conoció cuando trabajaba en Cornwall. Su matrimonio duró hasta que ella murió, en 1912, impulsándole a escribir su libro de poemas Lo que queda de una vieja llama. Estos poemas, los mejores que escribió, describen su encuentro y su pérdida posterior. En 1914 se casó por segunda vez con Florence Dugdale que sería su biógrafa después de su muerte, el 11 de enero de 1928.  Hardy publicó sus dos primeras novelas anónimamente, Remedios desesperados (1871) y Bajo el árbol (1872). Las dos siguientes, Unos ojos azules (1873) y Lejos del mundanal ruido (1874), firmadas con su nombre, fueron bien acogidas y la última fue adaptada al cine en 1967. En ella retrata a Dorsetshire como el condado imaginario de Wessex, pero carece del pesimismo trágico de sus últimas novelas. Después escribió algunas obras menores, como Los Woodlander (1887) y Pequeñas ironías de la vida (1884). Además de Lejos del mundanal ruido, sus mejores novelas son El regreso del nativo (1878), su ficción más acabada; El alcalde de Casterbridge (1886); Tess, la de los D'Urbervilles (1891), que fue llevada al cine por Roman Polanski en 1979 con el título de Tess, y Jude el oscuro (1895). Todas están impregnadas por la creencia en un universo dominado por el determinismo biológico de Charles Darwin y del físico y matemático del siglo XVII Isaac Newton. Es un mundo donde el destino de los individuos es ocasionalmente alterado por la suerte y donde la voluntad humana resulta vencida por la necesidad. Las intensas descripciones del campo, la montaña, las estaciones y el clima de Wessex alcanzan en sus novelas una presencia física que actúa como un espejo de las condiciones psicológicas y la suerte de sus personajes, a los que Hardy contempla con ironía y tristeza. El crítico G. K. Chesterton escribió que Hardy "fue una especie de pueblo ateo pensando y blasfemando sobre el pueblo idiota". De hecho, en la Inglaterra victoriana Hardy parecía un blasfemo, sobre todo en la novela Jude, que aborda la atracción sexual como una fuerza de la naturaleza a la que la voluntad humana no puede oponerse. Aunque disfrutó de la admiración del mundo literario de Londres, le molestaban las constantes referencias de los críticos a su "pesimismo", y las críticas a Jude fueron tan duras que anunció haberse "curado" de escribir novelas. A los 55 años, Hardy volvió a escribir poesía, género que había abandonado. Poemas de Wessex (1898) y Poemas del pasado y del presente (1901) contienen poemas escritos tiempo atrás. Muchos consideran Dinastías, escrito entre 1903 y 1908, su mejor libro de poesía. Se trata de un drama épico, no redactado para la escena, de 19 actos y 130 escenas en los que narra la intervención de Inglaterra en las Guerras Napoleónicas. Su óptica sigue siendo la misma que en sus novelas, donde tanto la historia como sus personajes se ven sacudidos por el sentimiento y dominados por la necesidad. Sus poemas cortos, líricos y visionarios, se publicaron en los libros Risas del tiempo (1909), Sátiras de circunstancias (1914), Momentos de visión (1917), Poemas líricos (1922), Fantasías humanas (1925) y Palabras en invierno (1928) y destacan sobre todo por su técnica del ritmo y por su dicción. Entre los más conocidos se encuentran 'Abril de 1914', 'Wessex Heights', 'En tinieblas, yo', 'El funeral de Dios' y 'La naturaleza que interroga'.

Thomas Hardy
Un grupo de nobles damas (fragmento)


" No hubo más palabras a continuación, pero, al oír que una puerta se abría y se cerraba en el piso de abajo, la muchacha se asomó de nuevo a la ventana.
Resonaron pisadas en la gravilla de la avenida y una figura enfundada en un gris apagado, en la que sin dificultad reconoció a su padre, se alejó de la casa. Tomó el camino de la izquierda, y la muchacha lo vio empequeñecerse mientras se perdía por la larga fachada oriental, hasta que dobló la esquina y desapareció. Seguramente iba a los establos. Cerró la ventana y se acurrucó en la cama, donde lloró hasta quedarse dormida. Aquella niña, su única hija, Betty, amada con ambición por su madre y con incalculada pasión por su padre, a menudo sufría a causa de incidentes similares, pero era demasiado joven para que le preocupase demasiado, por su propio bien, que su madre la prometiese o no con el caballero en cuestión. No era la primera vez que el hidalgo abandonaba la casa de esta manera, asegurando que jamás volvería, y siempre aparecía a la mañana siguiente. Esta vez, sin embargo, no iba a ser así. Al día siguiente se le comunicó a Betty que su padre había salido a caballo a primera hora de la mañana a su finca de Falls-Park, donde debía resolver algunos asuntos con su administrador, y no regresaría hasta pasados unos días. Fall-Parks se encontraba a unas veinte millas de King´s Hintock Court y era a todas luces una residencia más modesta en una finca más modesta. Sin embargo, al verla esa mañana de febrero, el hidalgo Dornell pensó que había sido un idiota por marcharse de allí, aunque hubiera sido por la mayor heredera de Wessex. Su fachada de estilo paladiano, de la época de Carlos I, ostentaba por su simetría una dignidad que la heterogénea y enorme mansión de su esposa, con sus muchos tejados, no podía eclipsar. Se hallaba el ánimo del hidalgo afectado, y la penumbra que el frondoso bosque proyectaba sobre la escena no contribuía a aliviar el abatimiento de aquel hombre rubicundo, de cuarenta y ocho años, que montaba con fatiga su caballo castrado. La niña, su querida Betty; ésa era la causa de su tribulación. Era infeliz cerca de su mujer y era infeliz lejos de su hija; y era éste un dilema de difícil solución. Se entregaba por ello con prodigalidad a los placeres de la mesa, había llegado a convertirse en bebedor de tres botellas diarias y resultaba en la estimación de su esposa cada vez más difícil presentarlo ante sus refinados amigos de la ciudad. Lo recibieron los dos o tres criados viejos que se ocupaban del solitario lugar, donde sólo unas pocas habitaciones estaban habitadas para el uso del hidalgo y sus amigos, que participaban en las partidas de caza; a lo largo de la mañana llegó de King´s Hintock su fiel servidor, Tupcombe, y el hidalgo se sintió mucho más cómodo. Pasados uno o dos días en soledad empezó a pensar que había sido un error instalarse en sus tierras. Al marcharse de King´s Hintock con tanto encono había echado a perder su mejor baza para contrarrestar la absurda idea de su mujer de otorgar la mano de su pobre Betty a un hombre al que apenas había visto. Tendría que haberse quedado para protegerla de un trato tan repugnante. Casi le parecía una desgracia que la muchacha fuese a heredar tanta riqueza. Eso la convertía en blanco de todos los aventureros del reino. ¡Cuánto mejores habrían sido sus perspectivas de felicidad si hubiera sito tan sólo la heredera de una sencilla propiedad como Falls!.Su mujer estaba sin duda en lo cierto cuando insinuó que él tenía sus propios planes para la hija. El hijo de un difunto amigo muy querido, que vivía a poco más de una milla de donde el hidalgo se encontraba en ese momento, un joven un par de años mayor que su hija, era en opinión del padre la única persona en el mundo capaz de hacerla feliz. Pese a todo, en ningún momento se le pasó por la cabeza comunicar sus proyectos a ninguno de los dos jóvenes, con una precipitación tan indecente como la que había mostrado su mujer; no pensaba decir nada hasta pasados unos años. Los jóvenes ya se habían visto, y el hidalgo creyó detectar en el muchacho una ternura muy prometedora. Era grande la tentación de seguir el ejemplo de su mujer y anticipar la futura unión convocando allí a la pareja. La muchacha, aunque casadera según las costumbres de la época, era demasiado joven para enamorarse, pero el chico tenía ya quince años y manifestaba cierto interés por ella. Mucho mejor que vigilarla en King´s Hintock, donde por fuerza se halaba demasiado influida por la madre, sería traer a la chica a Falls por algún tiempo, bajo su tutela exclusiva. Pero ¿cómo lograrlo sin recurrir a la fuerza? La única posibilidad era que su mujer, por mor de las apariencias, consintiera, como ya había hecho en otras ocasiones, que Betty fuera a visitar a su padre, en cuyo caso él hallaría el modo de retenerla hasta que Reynard, el pretendiente a quien su mujer deseaba favorecer, hubiese partido al extranjero, como se esperaba que hiciera la semana siguiente. El hidalgo Dornell resolvió regresar a King´s Hintock con esta intención. En el supuesto de recibir una negativa, estaba prácticamente resulto a coger a Betty y llevársela de allí. El viaje de vuelta, a despecho de sus vagas y quijotescas intenciones, lo realizó con ánimo mucho más ligero. Vería a Betty y conversaría con ella, y ya se vería después en qué quedaba su plan.
"

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